La antorcha de Alejandro

En el estadio de la corte real de Pella, Macedonia, se conserva la escultura de un muchacho en pie. Sus ojos brillan, color azul. El largo cabello rubio cae rizado. Es el príncipe Alejandro, llamado "el gran conquistador". Los esclavos le traen un caballo, un fogoso y negro semental con ollares rojos y salvajes ojos desorbitados, animal que nadie puede montar. Pero Alejandro ha notado que el corcel se espanta y se desboca, precisamente cuando percibe su propia sombra. El príncipe lo coloca cabeza al sol - con un salto monta sobre el lomo del semental, hay una breve pero dura lucha entre hombre y animal, entonces se somete el caballo a la mente deliberativa y al poder del ser humano. Más tarde, éste, el más fiel de sus compañeros, le llevó a través de todas las batallas y los peligros de una vida agitada. Y ¡hay que ver la vida de aventuras, rica en responsabilidades, que llevó su jinete!

 

Tras la repentina muerte del rey Felipe, su padre, Alejandro de veinte años de edad, sube, en el año 336 antes de Cristo al trono de Macedonia. Ha sido criado con rigor y tiene una formación superior. El más grande erudito de su tiempo, el sabio Aristóteles (años 384-322 antes de Cristos), fue su educador. Con afán Alejandro estudio los libros de historia y los poemas de HOmero. Pero pronto el joven monarca tiene que pasar la primera prueba de fuerza, porque los griegos le niegan la obediencia. No obstante, rápidamente logra llevarles a reconocer su señorío. Se convierte en el verdadero unificador del conjunto del pueblo griego.

 

Su primera meta guerrera es hacerse con el reino persa. Se extiende este reino hasta no tener fronteras - Hasta el fin del mundo entonces conocido. Pero el rey Dario III no duerme. También él juntamente con sus tropas y sus muchas embarcaciones de guerra sobrepasa en número a los Macedonios y griegos en cien a uno. Por grande que sea el atrevimiento, Alejandro desconoce la vacilación. Su empuje lé lleva a Asia menor. Con su ejército llega hasta los parajes de la antigua Troya y pronto se encuentra con el ejército persa. Encabezando sus tropas, se precipita a la lucha; busca el duelo con el conductor de las tropas persas. Tras una breve pero amenazadora lucha cae la decisión. Los persas quedan dispersados, la batalla ha sido ganada.

 

Esta primera gran victoria significa para Alejandro la obtención de todo el Asia Menor. Sin lucha sigue la costa occidental. Una ciudad tras otra se somete al animoso rey. Pero Darío aún no se da por vencido. Al dirigirse Alejandro hacia el sur, para hacerse con el rico nordeste del Mediterráneo, llegan las noticias que se está acercando el rey persa con una superioridad numérica de doce a uno. Y, efectivamente: junto a la ciudad de Issus inesperadamente, le sorprende una emboscada. Reina la confusión. Otra ves más es el mismo Alejandro quien encabezando la caballería, junta las tropas y ataca. El mismo, siendo agredido repetidas veces, y sangrando de muchas heridas, luchando se abre paso hasta Darío, quien a duras penas se puede zafar de allí. Lo increíble se verifica: Los persas vuelven a huír, el camino hacia Fenicia y Egipto queda despejado.

 

Ahora la marcha prosigue hacia el mediodía, hacia la tierra de los faraones. Los egipcios, quienes desde hace doscientos años viven bajo el dominio persa, saludan a Alejandro a su libertador. En la boca del Nilo el rey establece el puerto de Alejandría, que no solamente viene a ser el principal punto de apoyo de la flota, sino pronto también se transforma en un centro del comercio mundial y un lugar de arte y de ciencia. Hasta el presente día, Alejandría ha permanecido una de las ciudades mayores de África, donde se encuentran el oriente y el occidente. La campaña de Alejandro siempre va adelante. Ahora otra vez hacia el norte y hacia el oriente, al corazón del reino persa. Cruza el Eufrates y en aquella orilla se encuentra nuevamente con Darío.

 

Sin embargo, sus muchos carros de combate de dos ruedas, tirados por caballos, pertrechados con amenazadoras hojas de guadaña que miran hacia adelante y lateralmente sujetadas a sendas lanzas y en los ejes, no pueden ya eludir la derrota. Así es como el camino se abre para las tierras trigueras del reino persa: hacia Asiria, Babilonia y la Alta Persia.

 

No obstante el espíritu inquieto de Alejandro no se da por satisfecho. Es conquistador y soberano, ahora también quiere se explorador. Efectúa pues una marchas tremendas hacia el oriente, por desiertos y cadenas de montañas interminables, la fabulosa India, tras la cual, como se creía, se acababa la tierra. Al atravesar la India, le aguarda el imponente ejército de un rey indio. Delante del cual hay alineadas en fila, como un muro, unos centenares de elefantes guerreros, los carros de combate de la antigüedad. Desde sus trompas mantenidas en alto, resuenan briosos trompeteros, y sus poderosos colmillos amenazan. Pero en un diestro movimiento de flanqueo también domina Alejandro esta amenzadora situación y cae sobre el enemigo sin protección lateral.

 

Cuando Alejandro vuleve a su patria Macedonia después de ocho años y medio, tiene recorridos unos 18.000 kilómetros, o sea el equivalente de la mitad de la circunferencia de la tierra. Ahora se dedica por entero a la ordenación y al desarrollo de su gigantesco reino. Pero siguen ocupándole nuevos planes para la exploración del mundo. es entonces cuando uno más fuerte que él le persigue. En medio de su incansable obrar, contrae la malaria. Mudo el ejército desdila ante su aposento de enfermo. Se queda sin habla, sólo sus ojos saludan a los compañeros. No tiene más de treinta años cuando la muerte sella para siempre su vida de aventuras.

 

Pero hay un dato más que me parece importante, porque éste nos acerca más al hombre Alejandro, sacado de sus conquistas. cada vez, cuando cercaba una ciudad enemiga, delante de los portones de esta ciudad colocaba en el suelo una antorcha encendida. Esto significaba que se dispensaba la gracia y otorgaba la vida a quienquiera se rendía a él mientras ardía la llama de la antorcha. Una vez quemada, en el asalto todos los demás sufrían una venganza sin consideraciones por medio de la espada del juicio.

 

Aún arde tu antorcha de vida. Cuánto tiempo aún, no lo sabes. Un inesperado viento tempestuoso puede apagarla en un abrir y cerrar de ojos. Incluso la antorcha de la vida de un Alejandro se extinguió relativamente pronto. Por eso piensa en ello: ¡hay uno que todavía te ofrece gracia y vida! Lo de mañana elude tu conocimiento. Hoy todavía Dios te ofrece la gracia en su Hijo Jesucristo, el cual murió en la cruz del Gólgota también para ti. Por eso te llama el Espíritu Santo con estas palabras: "Hoy, si oyeres su voz, no endurezcáis vuestros corazones..." (Heb 3:7,8); porque "es cosa espantosa caer en manos del Dios vivo" (Hebreos 10:31).

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